«La panadería: 40 actos al calor del fuego», por Isabel Guerrero

Abro la caja de zapatos que guardo en casa de mis padres con programas de teatro. Esta caja contiene los mayores tesoros de mi infancia y adolescencia: programas de mano, entradas, folletos de la semana de teatro de Torre-Pacheco, donde crecí y me formé como espectadora. Nada más quitar la tapa encuentro una hoja en blanco y negro del año 2001. Yo tenía 12 años. Es un programa de mano en el que se ve una luna llena arriba, a la izquierda; una mujer desnuda que, tumbada de espaldas, mira a esa luna desde lo que parece la orilla de una playa. En la arena, que ocupa prácticamente tres cuartos del programa, está escrito con conchas “El sueño de una noche de verano”. Me da un poco de vergüenza reconocerlo, pero, en el reverso, sobre la sinopsis y los equipos técnico y artístico, hay algunas dedicatorias escritas a boli. Recuerdo el momento justo en el que entré a los camerinos del Centro Cívico de Torre-Pacheco con un amigo para que nos firmaran el programa: Antonio Saura bromeó sobre que por qué tenía que dedicar nada él si solo conducía el camión, Esperanza Clares cogió el boli feliz y resolutiva, y los demás se alegraban y se sorprendían a la par por estar firmando autógrafos a una niña en aquel lugar. La última de las dedicatorias de esa noche fue la de Alba Saura-Clares, quien tenía la misma edad que yo en ese momento y que aparecía como una de las hadas del bosque. “No sueñes tu vida/vive tu sueño”, escribía Alba en mi programa de mano. Un mantra que no sé muy bien si seguí, pero que seguro fue impulso, por cursi que suene, para proponerle a mi grupo de teatro que también nosotros representásemos la obra de Shakespeare, cosa que haríamos al año siguiente sobre ese mismo escenario.

Así, procurando vivir el sueño del teatro, continué mi trayectoria teatral, como actriz amateur con mi grupo y como espectadora, casi podríamos decir que profesional, en el Centro Cívico y, más tarde, el CAES de Torre-Pacheco. Este lugar preciso en la geografía murciana me sitúa en un lugar privilegiado desde el que seguir la trayectoria de la compañía, pudiendo ver las obras casi siempre el año siguiente a su estreno. Sigo rebuscando en la caja de zapatos y encuentro otros recuerdos: Game Over en 2002, El Fantasma de Canterville en 2003 – la primera obra que vi dos veces: una en mi pueblo y otra en el Teatro Romea, en una visita a la capital para ver teatro con mis padres-; Bodas de Sangre en 2004, El día más feliz de nuestras vidas en 2005…

Me mudo a Murcia ciudad y, durante mis años en la ESAD y en la universidad comienzo a seguir a la compañía desde otro lugar. Ahora siempre los estrenos en el Teatro Romea o en el Circo, acompañados por los análisis con mis compañeros de Dirección Escénica, impregnados por un ansia por aprender más sobre la profesión en cada montaje. En 2011 estrenan La Casa de Bernarda Alba y las actrices que aparecen en las piezas de la compañía pasan de ser esas personas lejanas y que yo imaginaba inaccesible como actrices de Hollywood a ser mis amigas de la ESAD. No sé ya cuántas veces vimos esa función. Recuerdo muy bien la tensión, el ambiente denso de la casa de Bernarda y la cuerda imponente que recorría el espacio.

La trayectoria de Alquibla queda mezclada desde aquí con mi vida personal y cada estreno se convierte en una cita obligada como espectadora a la par que un compromiso -siempre gustoso- con las queridísimas amigas, en especial Allende García y Nadia Clavel, que pasan por sus tablas.

En 2012, poco después del estreno de Bailando con Lobas de la compañía, me matriculo de un máster en literatura comparada en la Universidad de Murcia. Alba es mi compañera de clase. Las dos sabemos que la otra hace teatro. Nos hacemos amigas y, un día, le enseño el autógrafo que yo guardaba de cuando éramos niñas. Nos reímos y, aunque no lo recuerdo muy bien, estoy segura de que también nos abrazamos. Esa amistad toma fuerza y ya no sé dónde empieza la espectadora que analiza y la persona que acude al teatro como gesto de amor.

Me mudo a Madrid, otro cambio en la vida, otro salto como espectadora: nuevas compañías, otras visiones del teatro, pero siempre hay un retorno a los escenarios murcianos para un estreno de Alquibla. Regreso al Festival de Teatro de San Javier en 2019 para Mucho ruido about nothing,al Teatro Villa de Molina en 2021 para el estreno de Mi cuerpo será camino y en 2023 para No me falta el aire, estas dos últimas escritas por Alba Saura-Clares.

Un día, en una de las infinitas conversaciones con Alba, le digo que ella siempre ha estado dentro, que ha crecido ahí, en el teatro, en Alquibla, que si sus padres hubiesen sido panaderos, ella sabría hacer cruasanes, pero que le ha tocado esto y que una de las tantas cosas que le han dado es ese saber hacer teatro. Cariñosamente nos referiremos las dos a Alquibla como “la panadería” y, realmente, no creo que la metáfora esté tan lejos: Alquibla es un lugar donde se amasa, se fermenta, se da forma, se trabajan muchas horas, de donde sale una manchada de harina y, sobre todo, donde se siente el calor de la lumbre.

Yo pasaría otros 40 años al calor de ese fuego.

Y qué ricos estos cruasanes.

 

(*) Isabel Guerrero es investigadora, creadora y docente teatral.