JUEGO Y ESPERA por Sarah Moreno

‘El día más feliz de nuestra vida’: juego y espera

SARAH MORENO

El Nuevo Herald. 4 de julio de 2008

Una noticia publicada el 4 de agosto de 1964 en el diario ABC de Madrid, España sobre unas trillizas que habían recibido como regalo del gobierno un cochecito de bebé sirvió de punto de partida para que la actriz y dramaturga madrileña Laila Ripoll escribiera El día más feliz de nuestra vida.
Un grupo de autores contemporáneos recibió la propuesta de concebir un texto corto para el libro colectivo La noticia del día, que debía contar un evento transcurrido en el año de su nacimiento. Ripoll nació en 1964, y el regalo recibido por las trillizas, que tenía su origen en la política franquista de premiar la natalidad, era un excelente pretexto para recoger un momento importante de la historia de España.
La pieza, que inicialmente duraba 15 minutos y transcurría en la víspera de la Primera Comunión de las tres hermanas, se extendió a una hora y media y se desplazó 20 años en el calendario, a 1984, la noche previa a la boda de una de ellas. La mirada contrastante a las dos Españas: la que vive cerrada al mundo durante el franquismo y la que se destapa después de la muerte del dictador, es perfecta para formar parte del programa del XXIII Festival de Teatro Hispano, dedicado al país ibérico.
»En las trillizas viene a aparecer toda la ideología y representación social y política de España», dice Antonio Saura, director de la puesta y fundador de la compañía murciana Alquibla Teatro, que presentará la obra el sábado y domingo en el Arsht Center.
«Ellas son los tres tipos de mujeres que podíamos encontrar en la época. Marijose es víctima absoluta de los dos bandos: el conservador y el progresista; para ella todo es pecado y sus necesidades de libertad son reprimidas. Conchi es la más peligrosa, por ser la más inteligente y a la vez la más fanática. Veinte años después, ha conocido mundo, el sexo libre, y eso asusta a sus hermanas. Amelia es la resignada, tanto de niña como de mujer; está esperando a que llegue un hombre para casarse y ser feliz, aunque éste no la quiera».
La acción transcurre en la misma habitación en que dormían de niñas las trillizas, un espacio sencillo y sombrío, típico de un hogar de clase baja en los años 60.
»Nada ha cambiado de sitio porque no ha entrado aire fresco», comenta Saura. »El exterior es una metáfora de lo que en los años 60 se siente como una amenaza. España vive cerrada al avance cultural durante 30 largos años. Después, la libertad llega de golpe, el acceso a la literatura, las traducciones de texto… La libertad hay que digerirla para que siente bien, para que no empache», explica Saura, adelantando que eligen parodiar sus excesos.
»Laila es maestra del divertimento y del humor inteligente. Recoge lo mejor de la tradición heredada de Miguel Mihura o Jardiel Poncela», informa el director, reconociendo que se trata de una comedia amarga, por el sabor agridulce que queda.
El tiempo en la obra está en deuda con Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Como Godot, el día más feliz no llega, porque antes de la boda finaliza la representación. Pero mientras esperan, los personajes juegan. El nihilismo beckettiano tiene un matiz de esperanza en la obra de Ripoll. Marijose queda con un pie en la ventana para saltar a la libertad. No sabemos si toma la decisión, pero queda abierta la posibilidad.
El juego también marca el movimiento escénico –repetivo y dinámico– y la interpretación de las actrices: Susi Espín (Marijose), Lola Martínez (Amelia) y Esperanza Clares (Conchi), cofundadora de Alquibla.
»Siempre he sido un director de actores apasionado por el juego, en el que el actor se siente libre de prejuicios y logra que cada vez sea más creíble la verdad», dice Saura, quien frecuentemente tiene que responder a la pregunta de si está relacionado con los hermanos Saura: Carlos, el director de cine, y Antonio, el pintor fallecido en 1998.
»Me alegro mucho de la importancia que tienen Carlos y Antonio, pero cuando uno en España se llama Antonio Saura, siempre que se hace una búsqueda, va a aparecer el pintor y no el director de escena. Yo me habría cambiado el nombre», dice, medio en broma, medio en serio el hombre que ha llevado a escena desde Esquilo hasta «el último en llegar».• 

Una noticia publicada el 4 de agosto de 1964 en el diario de Madrid, España sobre unas trillizas que habían recibido como regalo del gobierno un cochecito de bebé sirvió de punto de partida para que la actriz y dramaturga madrileña Laila Ripoll escribiera .Un grupo de autores contemporáneos recibió la propuesta de concebir un texto corto para el libro colectivo , que debía contar un evento transcurrido en el año de su nacimiento. Ripoll nació en 1964, y el regalo recibido por las trillizas, que tenía su origen en la política franquista de premiar la natalidad, era un excelente pretexto para recoger un momento importante de la historia de España.La pieza, que inicialmente duraba 15 minutos y transcurría en la víspera de la Primera Comunión de las tres hermanas, se extendió a una hora y media y se desplazó 20 años en el calendario, a 1984, la noche previa a la boda de una de ellas. La mirada contrastante a las dos Españas: la que vive cerrada al mundo durante el franquismo y la que se destapa después de la muerte del dictador, es perfecta para formar parte del programa del XXIII Festival de Teatro Hispano, dedicado al país ibérico.»En las trillizas viene a aparecer toda la ideología y representación social y política de España», dice Antonio Saura, director de la puesta y fundador de la compañía murciana Alquibla Teatro, que presentará la obra el sábado y domingo en el Arsht Center.«Ellas son los tres tipos de mujeres que podíamos encontrar en la época. Marijose es víctima absoluta de los dos bandos: el conservador y el progresista; para ella todo es pecado y sus necesidades de libertad son reprimidas. Conchi es la más peligrosa, por ser la más inteligente y a la vez la más fanática. Veinte años después, ha conocido mundo, el sexo libre, y eso asusta a sus hermanas. Amelia es la resignada, tanto de niña como de mujer; está esperando a que llegue un hombre para casarse y ser feliz, aunque éste no la quiera».La acción transcurre en la misma habitación en que dormían de niñas las trillizas, un espacio sencillo y sombrío, típico de un hogar de clase baja en los años 60.»Nada ha cambiado de sitio porque no ha entrado aire fresco», comenta Saura. »El exterior es una metáfora de lo que en los años 60 se siente como una amenaza. España vive cerrada al avance cultural durante 30 largos años. Después, la libertad llega de golpe, el acceso a la literatura, las traducciones de texto… La libertad hay que digerirla para que siente bien, para que no empache», explica Saura, adelantando que eligen parodiar sus excesos.»Laila es maestra del divertimento y del humor inteligente. Recoge lo mejor de la tradición heredada de Miguel Mihura o Jardiel Poncela», informa el director, reconociendo que se trata de una comedia amarga, por el sabor agridulce que queda.El tiempo en la obra está en deuda con , de Samuel Beckett. Como Godot, el día más feliz no llega, porque antes de la boda finaliza la representación. Pero mientras esperan, los personajes juegan. El nihilismo beckettiano tiene un matiz de esperanza en la obra de Ripoll. Marijose queda con un pie en la ventana para saltar a la libertad. No sabemos si toma la decisión, pero queda abierta la posibilidad.El juego también marca el movimiento escénico –repetivo y dinámico– y la interpretación de las actrices: Susi Espín (Marijose), Lola Martínez (Amelia) y Esperanza Clares (Conchi), cofundadora de Alquibla.»Siempre he sido un director de actores apasionado por el juego, en el que el actor se siente libre de prejuicios y logra que cada vez sea más creíble la verdad», dice Saura, quien frecuentemente tiene que responder a la pregunta de si está relacionado con los hermanos Saura: Carlos, el director de cine, y Antonio, el pintor fallecido en 1998.»Me alegro mucho de la importancia que tienen Carlos y Antonio, pero cuando uno en España se llama Antonio Saura, siempre que se hace una búsqueda, va a aparecer el pintor y no el director de escena. Yo me habría cambiado el nombre», dice, medio en broma, medio en serio el hombre que ha llevado a escena desde Esquilo hasta «el último en llegar».• 

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