Crítica de Antonio Arco a Háblame

Tú habla, María, habla que te escuchamos

La producción murciana Háblame, un texto de Fulgencio M. Lax dirigido por Juan Pedro Campoy, logra un gran éxito en el Romea

Te deja Háblame triste, eso es, pero con una sonrisa en la boca; y con alguna lágrima, o varias, encima, que han ido apareciendo entre risas que se agradecen mucho. María Garralón, dando vida a la abuela Adela, está magnífica, tanto en el registro cómico como en ese otro, intimista, delicado, emocionante, en el que su alma en paz se ve claramente reflejada en el brillo de sus ojos. Háblame es una obra del dramaturgo murciano Fulgencio M. Lax, que han producido sus paisanos Antonio Saura –quien se encarga, además, de la excelente iluminación de la función- y Esperanza Clares, de Alquibla Teatro, junto a Juan Pedro Campoy, que firma también la dirección del espectáculo; y lo hace abundando en su convencimiento de que lo más acertado es que su trabajo de dirección se vea totalmente diluido en el fluir natural de la representación, sin artificios, saltos al vacío, ni alardes de supuestos toques geniales. Una dirección sobria, y muy eficaz, entregada a que el texto funcione de inmediato como generador de emociones, y al lucimiento sin estridencias de los actores. Objetivo cumplido.

También la escritura de Fulgencio M. Lax se recibe en este montaje con la sencillez y claridad con la que ha sido creada. Un texto emotivo, cargado de buenos sentimientos, optimista y en el que se hace un himno cuajado de gratitud a toda esa gente –tantas abuelas y abuelos, tantos padres y madres…- capaz de sacrificarse por el bienestar de los suyos, de renunciar al interés personal por encima del de aquellos a los que sea ama, o que están a nuestro cargo. Háblame es una obra a favor del cariño, de los lazos familiares, del respeto a los ancianos, de que no hay que olvidarse nunca de nuestros muertos y de ser amables con la vida…; y una llamada de atención, también llevada a cabo con enorme delicadeza y actitud comprensiva, hacia los hijos, sobre todo en los comienzos de la juventud, que se manifiestan y comportan en exceso rebeldes, desagradecidos, egoístas…; tan perdidos, en el fondo.

Alessio Meloni, uno de los escenógrafos más interesantes con los que hoy contamos, ha creado la casa acristalada en la que viven una abuela con su hija viuda y su nieto. Una casa que funciona a modo de acogedor invernadero, o de caja de música cuyos habitantes están muy necesitados de afecto y atención, y muestran su fragilidad en un mundo en el que se desenvuelven vulnerables y rodeados de pérdidas: la del marido amado muerto en un accidente, la del padre al que se echa tanto de menos…

La abuela es la única que, afectada ya por la desmemoria o por las zarpas del alzhéimer, se manifiesta satisfecha con la vida que ha llevado y encuentra enorme consuelo, y serenidad, en el trato con sus muertos, que la visitan.

La abuela Rosa está interpretada por una deliciosa María Garralón, que derrocha naturalidad y verdad en todo momento, que te divierte y conmueve, que te conquista y te sobrecoge durante ese viaje suyo hacia el olvido, y bien pronto hacia la muerte. No quiere irse de este mundo hasta que no deje unidos, y apoyándose el uno en el otro, a su hija maría y a Javier, su nieto, que desde el fallecimiento trágico del padre no han sabido hablarse, ni escucharse. A María le da vida, también con mucha verdad, Mariola Fuentes, obligada a ser fuerte cuando su vida personal se desmorona, se oscurece sin remedio. El personaje de María también podría muy bien preguntarse, a lo Almodóvar, “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”, y precisamente Fuentes le aporta algo de ese aprendizaje suyo en películas del director manchego como Hable con ella. A Javier lo encarna Víctor Palmero, que supera con creces la prueba de que te olvides de su desternillante personaje en La que se avecina: Alba Recio.

No sería justo olvidarse del trabajo estupendo de vestuario que realiza Eduardo Navarrete, ni del espacio sonoro y la música original, exquisita, de Gera Márquez, que contribuyen también a que Háblame se vea y se escuche –bueno, escucharse se escuchó con gran dificultad- con mucho agrado, y eso pese a que se tratan temas dolorosos ante los que sentimos vértigo: la vejez, la soledad, el alzhéimer, el no sentirte querido…; temas aquí abordados que recuerdan a otros montajes excelentes, como El padre, de Florian Zeller, o Las últimas lunas, de Furio Bordon… Y se tratan sin acudir a ninguna preciosita sensiblería barata, ni a ningún espectacular final operístico que seduzca por completo tus sentidos y tu laberinto emocional. No hace falta: queda claro lo insignificantes y desgraciados que somos cuando no tenemos a nadie a quien decir: Háblame. Cuando no hay nadie, vivo o muerto, que nos eche de menos o nos desee “buenas noches”.