Nueva crítica de MIAMI

Buena comedia española
Diario Las Americas, 18 de julio de 2008
Ángel Cuadra

 

“El día más feliz de nuestra vida”, de la autora española Laila Ripoll, destacada figura de la dramaturga contemporánea en España, es la obra que trajo al XXIII Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami la compañía española Alquibla Teatro.
“El día más feliz de nuestra vida” es una de esas comedias que, dentro de una gran comicidad, incluye también una triste situación dramática. Comicidad y tragedia que están bien ensambladas, donde lo trágico o dramático participa de la atmósfera dominante de lo cómico al punto de expresarse también con efectos de comicidad.
Los tres personajes, mujeres, son hermanas trillizas. La historia de las mismas se presenta en dos cuadros o actos que se desarrollan en dos etapas distintas en la vida conjunta de las hermanas.
En el primer cuadro estamos en los días de la España reciente. Dos de las hermanas, Amalia y Marijosé, están desveladas en su dormitorio; un hecho trascendente les aguarda al día siguiente: van a contraer matrimonio. Luego, les aguarda el día más feliz de sus vidas.
Lo dramático y triste es que una de ellas, Marijosé, no ama al hombre con el que se casará ese día que se supone ha de ser el más feliz. Pues ella ama a otro hombre, el cual tiene el impedimento de ser casado.
La tercera hermana, Conchi, llega más tarde, dueña de su vida un poco libertina, y sostiene con las otras una conversación bien mundana, con simpáticos chistes y refranes salpicados de palabras picantes y hasta obscenas, con las que bromea o se burla de sus propias hermanas. Para Conchi la situación es de cómica expectación; para Amelia, aún virgen y que se rige por principios éticos católicos, la boda es un sacramento; para Marijosé es una dramática tristeza, pero sus diálogos en los que expone su situación, son presentados con tal comicidad aún, que la amargura de esta última hermana se hace tragicómica.
El segundo acto es la historia de esas tres hermanas años atrás, cuando eran apenas adolescentes. Las tres, sobre la misma cama arrodilladas, repiten diferentes rezos aprendidos en la rígida educación religiosa de su pueblo; entonan cantos religiosos, se recriminan por cualquier cosa que pueda parecer la comisión de un pecado, ya que se han criado en un hogar de férrea formación católica. Están en vela las tres porque al día siguiente tendrán el día más feliz de sus vidas: van a la iglesia a recibir la primera comunión.
La escena es una sátira de la mojigatería religiosa, de la disciplina católica extremista y fanática, que ciegamente somete al creyente al dogma de la fe y al temor a Dios, al extremo de llevar a Marijosé a cortarse un dedo del pie para pagar sus supuestos pecados con el sufrimiento, lo que le traerá la absolución final.
La obra satiriza este aspecto en diálogos ágiles con burlas, a las que salva del mal gusto la eficaz comicidad con la que se presentan. Tanto en las escenas de tiempos de las adolescencias de las hermanas, como en la nueva España en los días recientes, en la que ha cambiado el concepto de la vida, en la que el discurso de Conchi, desenfadada y libertina, rompe con los convencionalismos religiosos y sociales.
Las tres actrices: Lola Martínez en el personaje de Amelia; Susi Espín en el de Marijosé y Esperanza Clares en el de Conchi, realizan un trabajo escénico magnífico, sobre un texto de exquisita comicidad.
El director de esta puesta en escena, Antonio Saura, le ha dado un ritmo adecuado al movimiento de los personajes y el equilibrio de sus diálogos y situaciones, resultando “El día más feliz de nuestra vida” una tragicomedia que incidentalmente funciona a un nivel ameno de crítica social y religiosa.

Al final de la obra, en conversación de las actrices y el director con el público asistente, aquellos explicaron que esta obra no es un ataque a la religión, sino una visión de una realidad vivida y superada en la historia moderna de España. Y, como expuso la actriz Esperanza Clares, es más una queja contra la mala interpretación que se ha hecho de la religión, pues ésta no puede ser el temor a Dios y los extremos dogmáticos de un sacerdote, sino que la buena interpretación es un mensaje de amor en el que Dios y la religión consisten.

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